Cuando nace un niño una madre utiliza una serie de
conocimientos y habilidades, fruto de una mezcla de de tradición e instinto, para dar los cuidados
necesarios a su bebé.
Numerosos experimentos han resaltado una faceta vital de ese
“saber hacer”: la importancia del dar afecto a traves de sus innumerables formas: susurros, caricias... Esto es crucial para todos los aspectos del
desarrollo del bebé, entre otra cosas, el amor de su madre regula sus
emociones, hace madurar su sistema nervioso y le enseña a responder ante el
estrés. La carencia de esos cuidados trae consecuencias en el desarrollo y
proyecto de vida de las personas que lo padecen.
La necesidad de los seres humanos de arropar emocionalmente
a nuestros recién nacidos completa la doble faceta de desarrollo emocional del
bebe y de integración en su grupo
social.
Dentro de todos esos cuidados emocionales muchos
profesionales insisten en que el contacto físico, el contacto con la piel de
la madre, es vital. El neonatólogo Adolfo Gómez Papí, recalca la enorme
importancia de los vínculos afectivos e instintivos de los padres con los hijos,
y explica claramente que el contacto piel con piel es imprescindible para el
desarrollo emocional y social de nuestros hijos.
Sus ideas las ha plasmado en un libro con el sugerente
título: el poder de las caricias.
Fue el psicólogo Harry Harlow el primer investigador en recalcar
El amor maternal es una emoción que no puede saciarse con
un biberón o con una cuchara, nos importa más incluso que aspectos tan esenciales como el sustento,
está por encima de las cosas materiales.
“Para
demostrar esto, Harlow persuadió a Robert Zimmerman para realizar un
experimento con monos. Colocaron 8 crías de mono en jaulas separadas y en cada
una de ellas había un modelo de madre hecho de tela y otro hecho de alambres.
Las manos de
alambre tenían un dispositivo por el que se podía beber lecho. Las de tela, no.
Lo lógico es pensar que los monos optaron por las madres de alambre: vale, son
de alambre, pero dan más comida que las de tela. Sin embargo, los monos
preferían a las de tela.
Los monitos pasaban casi todo el
tiempo con las madres de tela; sólo dejaban la seguridad de la tela para beber
de las madres de alambre. En una famosa fotografía, se ve a una cría de mono
enganchada con las patas a la madre de tela, inclinándose para beber la leche
de una madre de alambre”.
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